Podría ser tentador pensar que el ruido no es un problema grave para la salud, después de todo, es sólo ruido. No nos va a matar… ¿verdad? Bueno, tal vez.
Se ha demostrado que la exposición a un ruido prolongado o excesivo provoca una serie de problemas de salud que van desde el estrés, la falta de concentración, la pérdida de productividad en el trabajo y las dificultades de comunicación y la fatiga por falta de sueño, hasta problemas más graves como enfermedades cardiovasculares, deterioro cognitivo, acúfenos y pérdida de audición.
En 2011, la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó un informe titulado ‘Burden of disease from environmental noise’. Este estudio recopiló datos de varios estudios epidemiológicos a gran escala sobre el ruido ambiental en Europa Occidental, recogidos a lo largo de un periodo de 10 años.
Los estudios analizaron el ruido ambiental de aviones, trenes y vehículos, así como de otras fuentes urbanas, y luego examinaron los vínculos con afecciones de salud como las enfermedades cardiovasculares, los trastornos del sueño, el tinnitus, el deterioro cognitivo en los niños y las molestias. El equipo de la OMS utilizó la información para calcular los años de vida ajustados en función de la discapacidad o AVAD, es decir, los años de vida saludable que se pierden a causa de la disonancia «no deseada» inducida por el hombre. Sus resultados podrían sorprenderle.
Descubrieron que, sólo en Europa, se pierden al menos un millón de años de vida saludable debido a la contaminación acústica (y esta cifra no incluye el ruido de los lugares de trabajo industriales). Los autores concluyeron que «existen pruebas abrumadoras de que la exposición al ruido ambiental tiene efectos adversos en la salud de la población» y situaron el ruido del tráfico en segundo lugar entre las amenazas ambientales para la salud pública (la primera es la contaminación atmosférica). Los autores también señalaron que mientras otras formas de contaminación disminuyen, la contaminación acústica aumenta.
Interesantemente, puede que sean los sonidos que ni siquiera somos conscientes de estar oyendo los que más nos afectan, en particular, los que «oímos» cuando estamos dormidos. El oído humano es extremadamente sensible y nunca descansa. Por eso, incluso cuando duerme, sus oídos están trabajando, captando y transmitiendo sonidos que son filtrados e interpretados por diferentes partes del cerebro. Es un canal auditivo permanentemente abierto. Así que, aunque no sea consciente de ello, los ruidos de fondo del tráfico, los aviones o la música de un vecino siguen siendo procesados, y su cuerpo reacciona a ellos de diferentes maneras a través de los nervios que viajan a todas las partes del cuerpo y de las hormonas liberadas por el cerebro.
El más evidente es la interrupción del sueño, con sus efectos derivados de cansancio, deterioro de la memoria y la creatividad, deterioro del juicio y debilitamiento de las habilidades psicomotoras. Las investigaciones han demostrado que las personas que viven cerca de aeropuertos o carreteras con mucho tráfico tienen una mayor incidencia de dolores de cabeza, toman más pastillas para dormir y sedantes, son más propensas a sufrir accidentes leves y es más probable que busquen tratamiento psiquiátrico.
Pero hay otro resultado más grave. Incluso si no se despierta, parece que el ruido continuo pone en marcha la respuesta de estrés agudo del cuerpo, que eleva la presión arterial y la frecuencia cardíaca, movilizando potencialmente un estado de hiperactivación. Es esta respuesta la que puede provocar enfermedades cardiovasculares y otros problemas de salud.
Un estudio realizado por el doctor Orfeu Buxton, experto en sueño de la Universidad de Harvard, monitorizó la actividad cerebral de voluntarios sanos, a los que se reprodujeron clips de sonido de 10 segundos de diferentes tipos de ruido mientras dormían. Se comprobó que las ondas cerebrales de los voluntarios presentaban picos de actividad neuronal irregulares, similares a los de la vigilia, cuando se reproducía cada clip. Este estudio en particular se centró en los ruidos que se escuchan en un entorno hospitalario -incluyendo conversaciones, teléfonos que suenan, puertas que se cierran, maquinaria, inodoros que tiran de la cadena y el tráfico de la ciudad, entre otros- pero muchos de los sonidos probados son los que también escucharíamos en un entorno urbano.
El sonido es una parte importante y valiosa de la vida cotidiana. Pero cuando el sonido se convierte en ruido, puede afectar negativamente a nuestra salud mental y física. Las realidades de la vida moderna significan que los ruidos creados en nuestro mundo no van a callar de repente. Por el contrario, debemos reconocer que la contaminación acústica es un grave problema de salud que merece nuestra atención, y encontrar formas realistas y sostenibles de gestionarla y reducirla, empezando por prohibir las recogidas de los camiones de basura en mitad de la noche.