El Fondo Nacional de Humanidades

Unas líneas antes, el Diccionario describe el mestizaje como el cruce de diferentes razas. Pero el diccionario ignora los entresijos de la identidad, una ausencia llamativa dado que hoy en día, mestizo es un término de moda favorecido por millones de personas en Mesoamérica desde el bajo México hasta Centroamérica, una región que en tiempos precolombinos incluía culturas multifacéticas con vidas agrícolas, religiosas, tecnológicas y económicas compartidas. El nuevo documental Cuando los mundos chocan ofrece una oportunidad adecuada para meditar sobre la elasticidad de la palabra. Conducido por Rubén Martínez, el filme explora las vicisitudes del concepto, y el mensaje que transmite es claro: el encuentro del Viejo y el Nuevo Mundo en el annus mirabilis de 1492 no sólo forzó a las Américas a una modernidad prematura, sino que reconfiguró los contornos étnicos, políticos, económicos, espirituales y culinarios de Europa.

Pero, ¿cuáles son los usos de mestizo? ¿A quién se refiere el término? ¿Cómo invierten los gobiernos en su significado? Qué guerras epistemológicas lo han rodeado? ¿Y cómo se entiende la palabra en Estados Unidos, donde parece haber cobrado una nueva vida?

Los habitantes de Mesoamérica se perciben a sí mismos de formas que los distinguen del resto del hemisferio. Aunque los esclavos africanos fueron un importante ingrediente racial en la mezcolanza, los grupos dominantes son, como dice el Diccionario, el ibérico y el indígena. La conquista fue una empresa militar rápida y exitosa: Hernán Cortés llegó a Tenochtitlán, la actual Ciudad de México, en 1519, con un par de cientos de hombres, y en una generación, la cultura española pasó a dominar, dando lugar a una civilización híbrida, en parte europea, en parte mexica, maya, olmeca, tolteca y otras variantes.

Mestizo llena numerosos espacios de significado. En España, oigo que la palabra se utiliza para describir, de forma poco halagadora, lo que la gente llama sudacas, inmigrantes de Sudamérica.

El documental sugiere que la fertilización cruzada remodeló el paisaje de las Américas, y también la forma en que los españoles, y por extensión otros europeos, miran las cosas. A partir del emprendedor Colón, no sólo se trajeron indios al Viejo Mundo como especies en régimen de servidumbre, sino que también se trajeron oro y cobre, y tomates, chocolate y maíz.

Mestizo está en la base del español de México y se usa en México y por los mexicanos mucho más que en cualquier otra comunidad nacional, pero tiene otros significados, como cuando los filipinos lo usan para los individuos que son mezcla de indígenas de ascendencia austronesia u otros extranjeros. A menudo, el término se convierte en una sinécdoque para describir las Américas hispana, francófona y anglófona. Se podría decir que el hemisferio es una miscelánea. Pero, ¿no es ésa una cualidad del mundo entero, su naturaleza desordenada, las cosas que tienen su lugar y su tiempo, con la fusión como ritmo? ¿Es esta región más surtida que Estados Unidos, por ejemplo?

Los términos que compiten con el de mestizo están de moda, desde el jíbaro de Puerto Rico hasta el ladino de Ecuador, ninguno de los cuales significa lo mismo. En realidad, sus connotaciones en la historia podrían ser diametralmente diferentes. En cualquier caso, tengo un amigo artista chino-cubano, y conozco a un político peruano de Cuzco que vive en Los Ángeles, ambos se describen como mestizos.

Aunque el término pueda ser sinónimo de síntesis, no se puede utilizar indistintamente. Hace poco me enteré, por ejemplo, de que Harry Potter y el príncipe mestizo, la sexta entrega de la saga, al ser traducida al español, iba a llamarse Harry Potter y el príncipe mestizo. Pero la editorial pensó que uno de los personajes podría ser malinterpretado como procedente de Mesoamérica, por lo que el título se cambió a Harry Potter y el misterio del príncipe. La palabra, por tanto, significa amalgama en un contexto específico: América Latina. (Casualmente, en la mitología griega, Mestizo era el nombre de una de las hijas de los titanes Océano y Tetis.)

La palabra mestizo en el español del siglo XVI se refería a veces a los hijos nacidos fuera del matrimonio, uniéndose así al término bastardo. En la época colonial, mientras se establecía el sistema de castas, ser bastardo significaba que la propia corriente genealógica era cuestionable. El mundo hispano enfatizaba la pureza de sangre como prueba de casticismo, auténtico linaje ibérico. Por ejemplo, Sor Juana Inés de la Cruz, monja mexicana e indiscutiblemente la mejor poeta en lengua española del siglo XVII, nacida fuera del matrimonio, probablemente necesitó refugiarse en un convento para eludir las cuestiones de legitimidad.

La idea de bastardía tardó mucho tiempo en metamorfosearse de un concepto despectivo a otro que denotaba formas alternativas de orgullo, dignidad y autoestima. En 1810, cuando Miguel Hidalgo y Costilla y José María Morelos y Pavón, entre otros sacerdotes y activistas de la Nueva España, emprendieron la lucha por la independencia de México de España, el mestizaje tuvo un nuevo comienzo. Ya no había que avergonzarse de que la mayoría del país fuera subproducto del mestizaje ibérico e indígena, de parejas casadas y no casadas. El sistema de castas colonial tenía una elaborada taxonomía que incluía a españoles, criollos, mestizos, indios, mulatos, zambos y negros, siendo los mestizos más numerosos que todos los demás grupos sumados. El gobierno de la mayoría estableció la sensibilidad mestiza en el núcleo del proyecto nacional emergente.

Durante la primera batalla de la guerra por la libertad, el cura Hidalgo y Costilla llevaba una bandera con la imagen de la Virgen de Guadalupe, un icono estrechamente vinculado a esta sensibilidad. Se trata de una Virgen María mexicanizada, una mestiza divina rodeada de una aureola y vestida con una túnica verde que sostiene sus manos en oración. Su imagen es omnipresente hoy en día, y la nación se entiende a sí misma como el pueblo guadalupano.

La cinematografía de Cuando los mundos chocan es impactante, en particular la sección dedicada a La Virgen. Cuenta la anécdota de que Juan Diego, un indio -su nombre en náhuatl era Cuauhtlatoatzin-, tuvo una visión mariana en la que la Virgen se le apareció en el cerro del Tepeyac, cerca de Ciudad de México, en 1531. El hecho de que pidiera a un indio que entregara un mensaje de amor en su nombre al obispo de México, Juan de Zumárraga, habla profusamente de una figura maternal y misericordiosa que abraza a todos los mexicanos en su corazón. Ella es el máximo exponente del sincretismo, la conciliación de modelos de creencia contrapuestos.

México fue el primer país de América Latina en alcanzar la autonomía, iniciando un efecto dominó que se prolongaría hasta bien entrado el siglo XX. El gobierno independiente dibujó la historia del país como mestiza. En la primera mitad del siglo XX, los murales de Los Tres Grandes, Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, el mestizaje es el leitmotiv: El pasado se representa como un choque de civilizaciones, y el presente como un intento de equilibrio. En esa época, en parte como respuesta a la difusión del psicoanálisis, se produce un debate entre intelectuales sobre la profundidad y complejidad de la psique mexicana. Pensadores como José Vasconcelos, Samuel Ramos y Octavio Paz han participado, cada uno a su ritmo, con el propósito ideológico del mestizaje en juego.

Vasconcelos podría ser la figura más influyente en este ámbito. Filósofo prolífico, aunque desorganizado, cuya carrera política incluyó un período como ministro de Educación y una infructuosa campaña para ser presidente, escribió La raza cósmica en 1925. Este inconexo libro de viajes por partes de América Latina comienza con un largo ensayo titulado «Mestizaje», en el que Vasconcelos elabora una visión extraña, esencialista, futurista -y decididamente no científica- de la mezcla racial en la historia del mundo. Sugiere que la raza de bronce conquistará el mundo. Esta raza cósmica, que vive en México y Centroamérica, es benigna, pacífica, con visión de futuro y el resultado de los matrimonios mixtos que se iniciaron en el período colonial. En una época en la que las teorías raciales estaban en auge, culminando, aproximadamente una década después, en la visión de Hitler sobre la superioridad aria, Vasconcelos puso la gravedad en otro color, el bronce, como metáfora de una etnia mixta.

Samuel Ramos, en cambio, en su volumen Perfil del hombre y la cultura en México, de 1934, miró al peladito, al mestizo oprimido que llega a fin de mes con unos pocos pesos, como emblema del alma de la nación. Estudió sus rasgos psicológicos y su relación con la autoridad (Dios, gobierno y jefe) para ofrecer una valoración etnográfica. Octavio Paz retomó donde Ramos lo dejó en su clásico estudio El laberinto de la soledad. En él, Paz aborda, sin el guiño a Sigmund Freud que hizo Ramos, la actitud de México hacia el trabajo, la familia, la naturaleza y el lenguaje. Ramos y Paz no utilizan el término mestizo como lo hace Vasconcelos. Aunque se refieren a él constantemente, su retrato colectivo lo invoca empleando otras categorías, por ejemplo, pachuco en el caso de Paz para describir a los mexicanos que viven en Los Ángeles y que se han «convertido en extremos de la mexicanidad».

La obra de estos tres intelectuales plantea una cuestión ineludible que es crucial para entender el caleidoscopio a través del cual se ve al mestizo. Ha sido la élite literaria, proveniente en su mayoría de las clases medias y altas, la que ha abrazado la palabra como una herramienta valiosa para entender la política y la cultura en México y en otras partes de América. El pueblo se siente vinculado al concepto, pero se oye hablar de él más a menudo entre los educados que entre la gente común. La raza es una figura retórica del español de la calle que se refiere a las masas. Otras figuras, no siempre fácilmente traducibles, son el naco, la prole y el pueblo. Estas preferencias sugieren que, aunque México percibe efectivamente su sedimento como mestizo, el término maleable es una construcción explotada por los medios de comunicación y el gobierno para dar a la nación, por dentro y por fuera, un sentido de identidad deliberado y fácil de empaquetar. Esta identidad se vende luego a los turistas a través de películas, literatura, museos, postales y otros materiales promocionales.

En la cultura popular, la psique mexicana está mejor representada por varios cómicos. El más destacado es Mario Moreno, más conocido como Cantinflas, a quien Charlie Chaplin veía como su equivalente en el mundo de habla hispana. Cantinflas veía al vagabundo de Chaplin como su doble en el ámbito anglosajón. La comparación sólo llega hasta cierto punto, porque las películas de Chaplin pertenecen a la época muda, mientras que el humor de Cantinflas depende de su discurso caótico, que, entre los hispanohablantes, se reconoce hasta hoy como el arte de cantinflear, el arte de hacer sentido del sinsentido. Moreno hizo docenas de películas centradas en Cantinflas, su peladito, por utilizar la tipología de Ramos, un urbanita espabilado y sin trabajo, que siempre está metido en líos. El propio Moreno era mestizo, como lo es Cantinflas y, en consecuencia, los millones de personas del público que lo adoran por la ingenuidad con la que miraba constantemente al desastre a los ojos.

Aún así, Cantinflas podría describirse a sí mismo en una escena tras otra como un tipo alegre, nunca como un mestizo. De nuevo, esa identidad está implícita, no verbalizada en sus aventuras. El segundo rey de la comedia mestiza es Tin-Tan, un favorito de la pachucada, la población mexicano-americana de California, Texas y otras partes de Estados Unidos. A Tin-Tan le importaba poco que la élite literaria reflexionara sobre el mestizaje, pero le tomó la palabra a Octavio Paz, haciendo de la «mexicanidad extrema» el blanco de las risas en numerosas películas. En su lenguaje, utiliza constantemente el spanglish, en sí mismo una lengua híbrida.

Y el tercero es Roberto Gómez Bolaños, alias Chespirito, un actor legendario que, a medida que la industria cinematográfica mexicana decaía y el atractivo de la televisión se disparaba, creó un surtido de antihéroes para la pequeña pantalla, desde El Chavo del Ocho un niño pequeño que siempre juega con sus vecinos en una vecindad de clase baja, el patio de una urbanización en Ciudad de México, hasta El Chapulín Colorado, un grillo rojo con superpoderes que siempre está dispuesto a ayudar a la gente corriente.

Hablando de superhéroes, está Rodolfo Guzmán Huerta, que interpreta a un luchador, un luchador llamado El Santo. Este serio luchador, siempre con su característica máscara plateada, apoya a la raza contra los extraterrestres, los científicos locos y los villanos corporativos. Todos ellos son tipos integrales de la mitología mestiza, muy queridos en México y en todo el mundo hispanohablante.

Intrigantemente, la conversación sobre el mestizaje tiene profundas raíces en Estados Unidos, donde la población mexicano-americana supera los treinta millones de personas y donde la diáspora mexicana hace su base mucho más allá del suroeste, desde las zonas rurales hasta las grandes ciudades. (Uno de cada cuatro mexicanos vive al norte de la frontera.) Los mestizos han dejado huella en los Estados Unidos desde que se establecieron las misiones cristianas en Texas, California y la costa del Pacífico. El Tratado de Guadalupe Hidalgo de 1848, que se produjo tras la guerra entre México y Estados Unidos, transfirió grandes porciones de territorio y sus habitantes de manos mexicanas a estadounidenses. Y la revolución de 1910, liderada por Pancho Villa y Emiliano Zapata, seguida, tiempo después, por el Programa Bracero, incrementó la presencia demográfica de los mestizos a este lado de la línea divisoria.

No obstante, la conciencia de una sensibilidad mestiza no se afianzó en Estados Unidos, al menos en el discurso público, hasta la época de los Derechos Civiles, cuando El Movimiento, el movimiento chicano, hizo hincapié en una conciencia colectiva esencialista. El propio término chicano, aunque etimológicamente distante de mestizo, está, en términos culturales, íntimamente ligado a él: Un chicano, en los años sesenta, era un mestizo con deseos de autodeterminación. Activistas políticos y líderes sindicales como César Chávez, Dolores Huerta, Reies López Tijerina y Rodolfo «Corky» Gonzales vincularon a la Virgen de Guadalupe, al bagaje genealógico y cultural mixto y al sentimiento de orgullo étnico con una identidad mestiza que cristalizaba como mecanismo de autodeterminación.

Del movimiento chicano surgió una teología, un enfoque educativo que impulsó la apertura de programas de estudios chicanos, una alerta política y la convicción de que el mestizaje debía ser visto no sólo como un término racial sino como una visión única del ser. Con el paso del tiempo, varios pensadores reflexionaron sobre esa visión. Algunos estaban directamente vinculados a El Movimiento, como Gloria Anzaldúa, cuyo libro feminista de 1987, Borderlands/La Frontera: The New Mestiza, ofrecía nuevas perspectivas sobre la adaptabilidad del término mestizo. Para Anzaldúa, significaba vivir de forma desafiante, con la convicción de que una vida híbrida es perfectamente adecuada para nuestros tiempos cambiantes. Otro ensayista en lengua inglesa atraído por la palabra es Richard Rodríguez. Ha producido una trilogía de libros, entre ellos Brown: The Last Discovery of America, en el que sugiere que el mestizaje es, en realidad, una categoría muy útil para entender cómo Estados Unidos se ha convertido en un país multicultural en las últimas décadas.

El poder transformador de la minoría latina, la mayor y de más rápido crecimiento en nuestro pluralista Estados Unidos, ha tenido un efecto en este debate. En las universidades de todo el país, la noción de mestizaje forma parte del plan de estudios de los cursos de hispanismo. La mayoría de los mexicano-estadounidenses son mestizos, y los mexicano-estadounidenses de hoy son también latinos. Sin embargo, no todos los latinos son mexicano-americanos. Por un lado, el mestizaje empuja a una parte de los mexicano-americanos a entenderse a sí mismos como separados de otros latinos, aunque, como en el caso de Anzaldúa, hacen que el concepto de mestizaje sea lo suficientemente permeable como para que les sirva de plataforma para relacionarse con otras personas de color. Por otro lado, hay algunos, como Rodríguez, que sugieren que el mestizaje ya no es un término que defina a un grupo individual únicamente. Se ha convertido en algo universal. En virtud del mestizaje que define al país en su totalidad, ahora todos somos mestizos, no importa si uno viene de Bogotá, Beirut o Yakarta.

En resumen, el Diccionario podría pensar que un mestizo es una persona o cultura nacida de diferentes razas, pero es algo mucho más grande aunque menos tangible: un estado de ánimo.

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