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El idilio del mundo con Celia Cruz es una historia que tiene un medio pero no un principio. Hoy en día, el mundo recuerda a Cruz como la Reina de la Salsa, con sus imponentes pelucas, su cacareado estribillo de ¡Azúcar! y su permanente sonrisa. Sus éxitos más queridos se refieren a la felicidad frente a las dificultades de la vida: «Ay / no hay que llorar / que la vida es un carnaval / es más bello vivir cantando». Para muchos, la esperanza y la alegría que Cruz encarnaba convirtieron su difícil ascenso a la fama en una nota a pie de página de su éxito.
A la sombra de sus éxitos más famosos de los años setenta y de las décadas posteriores, Son Con Guaguancó, de 1966, puede que no sea el álbum preferido de Cruz, pero quizá sea el más significativo. El álbum es un artefacto de 1966 y de su vida en transición: de Cuba al exilio en Estados Unidos, y de la oscuridad tras las barreras institucionales a la fama internacional a pesar del racismo y el sexismo sistémicos. En la cúspide del estrellato internacional, la Cruz que grabó este álbum es a la vez una niña en el campo cubano, firmemente asentada en el paisaje cotidiano y en las preocupaciones del campo, así como una estrella floreciente, que trasplanta estas minucias entre los tumultuosos Estados Unidos de 1966.
Nacida en Santos Suárez, un barrio de clase trabajadora a las afueras de La Habana, Cruz desafió el deseo de su padre de que abandonara la canción por una carrera más respetable. De niña, cantó clandestinamente en cabarets y participó en concursos de talentos en la radio. En 1950, a los 25 años, Cruz -y su voz, una contralto tan profunda y rica como la tierra- llamaron la atención de la Sonora Matancera, la orquesta más popular de Cuba. Cruz se convirtió en la primera mujer negra al frente de la orquesta, así como en un nombre -y una voz- muy conocidos en toda la isla y en América Latina durante los diez años siguientes.
Son Con Guaguancó fue su primer gran lanzamiento como artista solista propiamente dicha en Estados Unidos, sin la famosa Sonora Matancera detrás de ella como relevo. Había lanzado Cuba Y Puerto Rico Son con Tito Puente a principios de ese año, pero Son Con Guaguancó fue el primer álbum que promocionó a Celia como artista en solitario en Tico Records, el sello de Puente. (Tico Records fue adquirido posteriormente por Fania Records, el sello neoyorquino que estuvo a la cabeza de la explosión de la salsa a finales de los años 60 y 70.)
El nombre del álbum es un testimonio de la atención que presta Cruz a la fusión de géneros, escenarios e identidades. Cruz combina elementos del clásico son montuno afrocubano con los elementos más rápidos y sincopados del subgénero del guaguancó que se convirtió en su firma, incorporando matices de rumba, mambo, cha-cha, guaracha y bolero. «Te traigo este guaguancó que sabe a son», canta en el tema titular. Con Fania, la «salsa» se convirtió en un término paraguas para esta fusión de géneros derivados del África occidental y centrados en la clave, con influencias americanas como el jazz y el boogaloo nuyorican.
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El etnomusicólogo y profesor de la Universidad de Yale Michael Veal cita a Cruz como una de las figuras centrales de la diáspora de África Occidental en el Caribe que «inyectó una sensibilidad folclórica de lucumí y santería en la música popular bailable.» La capacidad de Cruz para incorporar estos elementos folclóricos a su música tiene raíces históricas: En los siglos XVII y XVIII, los esclavos superaban ampliamente en número a los colonos blancos en islas como Cuba, Jamaica y La Española, y por tanto estaban mejor equipados para preservar sus creencias religiosas y prácticas musicales que los esclavos en Estados Unidos. El culto musical a los orishas, o dioses yorubas, forma parte del tejido espiritual de Cuba que produjo géneros como la rumba, el mambo y el son montuno.
Cruz, que creció escuchando los cantos santeros de sus vecinos, hizo explícita esta influencia en sus canciones, y esta combinación de géneros, ritmos y tradiciones líricas arraigadas en la espiritualidad yoruba contribuyó al distintivo sonido afrocubano de Cruz. A su vez, esto influyó en los jóvenes músicos afroamericanos que exploraban su linaje musical diaspórico; James Brown y su arreglista Peewee Ellis, por ejemplo, escuchaban mambo, boogaloo y son montuno a finales de la década de 1960.
En «Bemba Colorá», la introducción y el tema más famoso de Son Con Guaguancó, un enérgico guaguancó alimentado por los maníacos timbales de Tito Puente da paso a un interludio de son ralentizado y a la apasionada llamada y respuesta del África Occidental de la frase titular. Junto con el apasionado estribillo de Cruz -literalmente, «para mí, no eres nada»- la canción es una explosiva autoafirmación de la reclamación de poder de Cruz como mujer negra en la relación de pareja y en el escenario.
Para el tercer tema del álbum, «Es La Humanidad», Cruz ha recorrido el guaguancó, la rumba, el son y el bolero a tope. En contraste con la alegría omnipresente del legado de Cruz, su bolero es una condena existencial del estado del mundo: «Al diablo con la humanidad / porque el mundo es una mitad falsa / y la otra mitad una mentira». El anhelo interior y la melancolía de la música de Cruz se deben en gran medida al trauma de su exilio: Seis años antes del lanzamiento de Son Con Guaguancó, Cruz se fue de gira con la Sonora Matancera en México y, sin saberlo, abandonó Cuba para siempre. En 1962, Cruz solicitó permiso para regresar a Cuba tras la muerte de su madre, pero las autoridades cubanas le negaron la entrada por ser una artista popular opuesta a la Revolución Cubana. Su representante, Omer Pardillo Cid, dijo a Billboard que fue entonces cuando Cruz decidió: «Si no puedo volver para enterrar a mi madre, no volveré nunca». Después de esto, Cruz impregnó su música con la añoranza de la isla de la que estaba exiliada, dando a canciones como «Cuando Salí de Cuba» de Luis Aguilé un nuevo peso emocional. Para Cruz en 1966, con la prohibición de ver a su familia en Cuba, no toda la promesa de la fama puede garantizar la felicidad.
Este existencialismo impregna silenciosamente Son Con Guaguancó incluso en sus canciones más caprichosas. La firme ubicación del álbum en el paisaje de la clase trabajadora cubana es su característica más notable, aunque no es nueva para Cruz; ella fusionó temas y ritmos yorubas con la música popular cubana occidentalizada en sus primeras canciones con la Sonora Matancera como «Yerbero» y «Caramelo». La especificidad de los santeros, los árboles de mamey y el baile de la rumba en los solares de varios apartamentos a pesar de los deseos de un amante controlador dan forma a sus ritmos universalmente accesibles y a sus letras enamoradas. Sin embargo, el mérito del álbum es que Son Con Guaguancó es el primer disco de Cruz que trasplanta este escenario de forma tan opaca para el público estadounidense; el oyente casual nunca podría imaginar que Cruz fue víctima del racismo institucional y de una traumática huida permanente de su país natal.
Al examinar el álbum más de cerca, se oyen indicios del comienzo de la vida estadounidense de Cruz. En «El Cohete», una canción juguetona de la época de la carrera espacial sobre el traslado a la luna en un cohete, Cruz bromea diciendo que planea partir en la misión Gemini XI en septiembre de 1966. En «Se Me Perdió La Cartera», Cruz subraya aún más esta dualidad temática a través de la preocupación cotidiana de perder su bolso. Le preocupa que los demás puedan pensar que está mintiendo para ocultar su falta de dinero, un problema que podría afectar fácilmente a una mujer de clase trabajadora en La Habana o Miami. Sin embargo, en el soneo improvisado de la canción, Cruz habla: «¡Ay, mira, perdí los espejuelos, la licencia, el seguro social!». La canción apunta entonces a una experiencia claramente inmigrante en Estados Unidos, ya que la licencia y el registro de la seguridad social son la prueba del difícil proceso de ciudadanía y son elementos necesarios para una emigrante reciente que busca reconstruir su vida. Ay diós mío, se pregunta, ¿por qué me pasan estas cosas?
«No Hay Manteca» cuenta una historia igualmente ordinaria sobre la falta de manteca para freír la comida, ambigua en su aplicación a la vida cubana y estadounidense. «Las cosas se han puesto feas ahora», canta, quejándose de que sólo puede hervir la comida en agua con cebolla, pimienta y sal. La falta de manteca de cerdo en la tienda de comestibles podría estar en deuda con el uso poco común de la manteca de cerdo en la cultura estadounidense, si Cruz está cantando como cubanoamericana. También podría referirse a los limitados recursos de las tiendas de comestibles cubanas después de que la Revolución y el embargo estadounidense desestabilizaran la economía de la isla. (A día de hoy, es habitual que alguien que organice una cena en La Habana vaya a tres o cuatro tiendas de comestibles en busca de los ingredientes esenciales). De cualquier manera, «las cosas están mal ahora» de diferentes maneras para una mujer cubana de clase trabajadora en 1966 en la isla o en los Estados Unidos.
A pesar de todo el dolor de su vida temprana, Cruz es abrumadoramente alegre en su música. Al conversar con cubanos de generaciones mayores, se observa una tendencia a disimular el trauma más oscuro y sin sentido del exilio y la migración con optimismo, ya sea por patriotismo o por esperanza en sus hijos y nietos. Son Con Guaguancó no es una excepción. Cruz encuentra su consuelo, y lo aporta a tantos otros, en su recuerdo de las minucias de la vida cotidiana en Cuba perdidas en la gran narrativa del exilio.
Para la comunidad cubanoamericana, Cruz se convirtió en un símbolo de orgullo y libertad, y llevó la música afrocubana al escenario mundial como mujer negra frente al racismo y el sexismo generalizados. Treinta años después de salir de Cuba -y 24 años después de la publicación de su debut en solitario en Estados Unidos-, Cruz regresó en 1990 para actuar en la base naval estadounidense de Guantánamo y besó el suelo bajo ella. Hoy está enterrada en Nueva York con un puñado de tierra cubana.
A lo largo de su vida, Cruz publicó docenas de álbumes más influyentes que, junto con sus primeros éxitos con la Sonora Matancera, han eclipsado Son Con Guaguancó. Sin embargo, el álbum sigue siendo un artefacto cultural e histórico como el primer desafío silencioso de Cruz en la América cubana. En el último tema del álbum, «Amarra La Yegua», Cruz recuerda la belleza de una mañana criolla en el campo, mientras un ruiseñor llama a todos para el trabajo del día. «La vaca, siempre segura, engorda de prisa», canta al terminar la canción, «contemplando la negrura del hombre que viene a trabajar / mientras el hombre, con ternura, la cuida y la ordeña».
Como el legado que dejó, Celia Cruz encontró la esperanza en la memoria. Su negritud, su condición de mujer y la ternura con la que hizo su trabajo a lo largo de sus sesenta años de carrera son un testimonio de su capacidad, en un mundo fracturado por el exilio y la discordia, para romper las barreras y sustituirlas por la alegría.