Feromonas de la sincronía menstrual: motivo de duda

El reciente hallazgo de Stern y McClintock (1998) de «pruebas definitivas de las feromonas humanas» y la «confirmación» del mecanismo subyacente a la «sincronía menstrual» es ciertamente espectacular. Sin embargo, no tuvieron en cuenta las críticas metodológicas (Wilson, 1992; Strassmann, 1997) y las pruebas negativas (Jarett, 1984; Wilson et al., 1991; Trevathan et al., 1993; Strassmann, 1997) que socavan el informe original de McClintock (1971), así como los estudios posteriores (Graham y McGrew, 1980; Quadagno et al., 1981; Preti et al., 1986). Cuando se tienen en cuenta los métodos estadísticos defectuosos, apenas hay pruebas empíricas de que el fenómeno de la sincronía menstrual exista en primer lugar.

La creencia popular en la sincronía menstrual se deriva de una percepción errónea sobre la distancia que debe haber entre los inicios menstruales de dos mujeres cuyos inicios son independientes. Si el ciclo dura 28 días (no es la norma, sino un ejemplo), el máximo desfase entre dos mujeres es de 14 días. Por término medio, los inicios estarán separados por 7 días. La mitad de las veces deberían estar incluso más cerca (Wilson, 1992; Strassmann, 1997). Dado que la menstruación suele durar 5 días, no es de extrañar que las amigas experimenten comúnmente un solapamiento de la menstruación, lo que se toma como una confirmación personal de la sincronía menstrual.

El estudio original de McClintock (McClintock, 1971) informó de que los inicios de las amigas de la residencia se acercaban 2 días entre sí durante un período de 4 a 6 meses. Llamando a este resultado `sincronía menstrual’ fomentó la impresión de concordancia menstrual. En críticas posteriores, Wilson (1991, 1992) señaló tres errores estadísticos en las pruebas de la sincronía menstrual: (i) no controlar adecuadamente la convergencia de los inicios por casualidad; (ii) inflar la diferencia inicial de los inicios, lo que da lugar a la conclusión espuria de la sincronización en el tiempo; y (iii) los sesgos de muestreo. Los estudios que corrigen estos errores estadísticos no han encontrado pruebas de la sincronización, ni siquiera como efecto débil (Jarett, 1984; Wilson et al., 1991; Trevathan et al., 1993).

Aunque la opinión de McClintock (1981) es que la sincronía menstrual carece de función, otros postulan que es una característica adaptativa de la biología reproductiva humana (Burley, 1979; Turke, 1984). Estas hipótesis suponen que la sincronía menstrual implica una sincronía ovulatoria o, al menos, la superposición de períodos fértiles, pero no se ha informado de ninguna de las dos cosas. La sugerencia de que la sincronía menstrual es adaptativa también se ve disminuida por la ausencia de pruebas de sincronía en poblaciones de fertilidad natural (Strassmann, 1997). En estas poblaciones, las parejas no intentan limitar el tamaño de sus familias (Henry, 1961) y, en consecuencia, las mujeres pasan la mayor parte de su vida reproductiva embarazadas o en amenorrea (Short, 1976). En comparación con las poblaciones occidentales que recurren a la anticoncepción, las poblaciones de fertilidad natural muestran patrones reproductivos similares a los que prevalecieron a lo largo de la historia evolutiva humana desde el Pleistoceno hasta la transición demográfica a la baja fertilidad (Short, 1976; Strassmann, 1997). Si la sincronía menstrual fuera adaptativa, debería manifestarse en estas poblaciones, y no simplemente en la circunstancia novedosa de la repetición del ciclo.

Un estudio reciente caracterizó los patrones menstruales entre los dogones, una población de fertilidad natural de Malí, en África Occidental. Los dogones son una población que habita en los acantilados con una tasa media de fertilidad de 8,6 ± 0,3 nacidos vivos por mujer (Strassmann, 1997). Durante la menstruación, las mujeres Dogon se segregan en una cabaña menstrual, lo que hizo posible el seguimiento de la menstruación sin necesidad de entrevistas. Las mujeres presentes en las dos cabañas menstruales de la aldea del estudio fueron contadas en cada uno de los 736 días consecutivos, y estos resultados fueron corroborados por datos hormonales (ensayos inmunoabsorbentes ligados a enzimas de pregnanediol-3-glucurónido y estrona-3-glucurónido urinarios) (Strassmann, 1996). Basándose en el número de menstruaciones por año según la edad, se calculó que las mujeres de esta población de estudio tuvieron una media de aproximadamente 110 menstruaciones a lo largo de su vida, en comparación con las 350-400 menstruaciones de las mujeres estadounidenses (Strassmann, 1997). El valor de 110 difiere de las estimaciones anteriores (Eaton et al., 1994), pero tiene la ventaja de derivarse de datos reales sobre la menstruación.

Dado que las mujeres Dogon tenían entre un cuarto y un tercio de menstruaciones que las mujeres americanas, no hay muchas razones para suponer que la menstruación era un acontecimiento tan raro como para hacer imposible la sincronía (particularmente entre las mujeres de <20 años o >34 años que tenían más menstruaciones). No obstante, en este conjunto de datos, los inicios de las distintas mujeres eran independientes entre sí. Este resultado, basado en dos nuevos enfoques metodológicos, se mantuvo independientemente de si las mujeres en las comparaciones eran coesposas, amigas o miembros de la misma familia, linaje o pueblo (Strassmann, 1990, 1997).

Se ha postulado que la sincronía menstrual está causada por el ciclo lunar, pero los informes son contradictorios sobre si los inicios menstruales predominan durante la luna llena (Cutler et al, 1987), la luna nueva (Law, 1986), o son aleatorios con respecto a la fase lunar (Gunn et al., 1937; Pochobradsky, 1974). Los aldeanos dogones no tenían iluminación eléctrica y pasaban la mayor parte de las noches al aire libre, hablando y durmiendo, por lo que eran una población ideal para detectar una influencia lunar. Sin embargo, no se encontró ninguna (Strassmann, 1997).

En vista de la falta de pruebas empíricas de la sincronía en los estudios anteriores de poblaciones tanto occidentales como no occidentales, es útil considerar los impedimentos fisiológicos. Dado que la sincronía requiere un ajuste en la duración del ciclo (acortar o alargar el ciclo para acercarlo a una influencia externa, como otra mujer o la luna), cualquier otro factor que afecte a la duración del ciclo reducirá el potencial de sincronía (Strassmann, 1997). Wilcox et al. (1988) cuantificaron la ocurrencia de embarazos que terminan en pérdida espontánea antes de ser detectados clínicamente. Entre las mujeres estadounidenses que no practican la anticoncepción, se detectaron concepciones en el 28% de los ciclos menstruales (n = 707 ciclos) y el 31% de éstas terminaron en pérdida. Cada pérdida de embarazo estuvo acompañada de una menstruación, una respuesta a la desaparición del conceptus y a la retirada hormonal (Wilcox et al., 1988). Es dudoso que el momento de la menstruación de otras mujeres tuviera algo que ver con el momento de la menstruación en estos ciclos.

Además de la pérdida del embarazo, otros factores que influyen en la duración y regularidad del ciclo menstrual son: el equilibrio energético (Ellison, 1990), la lactancia (Howie y McNeilly, 1982) y el estrés (Wasser y Barash, 1983). El ciclo menstrual también cambia en función de la edad (Treloar et al., 1967). En el mayor estudio realizado hasta la fecha, la mediana de la duración del ciclo era de 27,8 días a la edad de 20 años (cercana a la edad media de las mujeres en los estudios de dormitorios) y la diferencia entre los percentiles 10 y 90 de la DE persona-año era de 6,3 días (Treloar et al., 1967). A los 36 años, la edad en que la variabilidad de la duración del ciclo alcanza un mínimo, la mediana de la duración del ciclo era de 26,6 días y la diferencia entre los dos percentiles era de 3,6 días. La variabilidad inherente a la duración del ciclo tiene un componente dentro de la mujer y otro entre mujeres; juntos son obstáculos para la sincronía (Strassmann, 1997). La razón de esto es que una débil tendencia a la sincronía se vería fácilmente anulada por las grandes perturbaciones que se producen en la duración del ciclo. Si la variabilidad del ciclo no fuera tan grande, la relación señal/ruido sería más favorable.

En su reciente estudio, Stern y McClintock (1998) informan de que los compuestos de las axilas de nueve donantes en la fase folicular del ciclo menstrual acortaron los ciclos de 20 receptoras en 1,7 ± 0,9 días. Por el contrario, cuando las nueve donantes estaban en la fase ovulatoria, los compuestos alargaron los ciclos de las mismas 20 receptoras en 1,4 ± 0,5 días. La conclusión de que el cambio en la duración del ciclo de los sujetos fue causado por una feromona, en lugar de por la bien documentada variación en la duración del ciclo en las mujeres (Treloar et al., 1967; Harlow y Zeger, 1991) requiere una confianza desmesurada en la importancia biológica de un valor P de significación estadística límite (P ≤ 0,05). A partir de los datos presentados, no está claro si la suposición de una distribución normal estaba justificada. Además, teniendo en cuenta el pequeño tamaño de la muestra, todo el efecto podría haberse debido a uno o dos sujetos que tenían una influencia indebida. La siguiente afirmación (Stern y McClintock, 1998) plantea otros interrogantes: «Cualquier condición que impida la exposición a los compuestos, como la congestión nasal en cualquier momento durante el período de la mitad del ciclo, desde 3 días antes hasta 2 días después de la LH preovulatoria, podría debilitar el efecto. Analizamos los datos teniendo esto en cuenta». Sería útil saber qué criterios a priori se emplearon para realizar tales ajustes, y si la parte del proyecto dedicada al análisis de datos se hizo a ciegas. En ausencia de una razón teórica para esperar que la sincronía menstrual sea una característica de la biología reproductiva humana, y hasta que se haya aislado químicamente una feromona que altere el ciclo, parece que el escepticismo está justificado.

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