John F. Kennedy fue asesinado a tiros por Lee Harvey Oswald en Dallas, Texas, el 22 de noviembre de 1963. Conmocionados y entristecidos por esa noticia, los estadounidenses que vivieron la década de 1960 nunca olvidarán el día de la muerte de Kennedy y el dolor de ese solemne funeral. La televisión llevó esos acontecimientos de forma inmediata y continua a los hogares de Estados Unidos. El presidente había sido declarado muerto en el Hospital Parkland de Dallas a la 1 p.m. (2 p.m. ET). Esa misma tarde, Lyndon B. Johnson prestó juramento como presidente de los Estados Unidos a bordo del Air Force One. La primera dama, Jacqueline Kennedy, presenció la ceremonia con un traje rosa manchado de sangre. El cuerpo del presidente asesinado en la parte trasera del avión fue llevado de vuelta a la base de la Fuerza Aérea de Andrews con el nuevo presidente y el séquito oficial.
La señora Kennedy dio instrucciones al ujier jefe J.B. West para que siguiera el protocolo y los detalles del funeral de estado de Lincoln en 1865 para su marido. Los restos de Kennedy fueron llevados al centro de la Sala Este y colocados en el mismo catafalco utilizado en el funeral de Lincoln. El día 23, varios funcionarios y jefes de estado fueron recibidos y vieron el ataúd envuelto en la bandera. El público no fue admitido. Al día siguiente, el féretro fue llevado a la rotonda del Capitolio. Más de 250.000 personas pasaron ante el féretro envuelto en la bandera de Kennedy. El 25 de noviembre, el día del funeral, un cajón tirado por caballos llevó el ataúd por la Avenida Pensilvania hasta la Casa Blanca. Allí esperaban la Sra. Kennedy y los dolientes, oficiales y personales. Caminaron con la procesión -escolta militar, banda, y el simbólico jinete menos caballo con las botas invertidas en los estribos- ocho manzanas hasta la Catedral de San Mateo, donde se celebró el servicio fúnebre. Después del servicio, el cajón llevó los restos del presidente a su lugar de descanso final en el Cementerio Memorial de Arlington.