La hermenéutica y los enfoques psicoterapéuticos
Aunque la fenomenología hermenéutica y la psicoterapia son disciplinas claramente diferentes con orígenes y objetivos distintos, muestran sorprendentes puntos en común. Para empezar, ambas disciplinas se basan principalmente en el lenguaje. Además, la fenomenología hermenéutica pretende comprender e interpretar los significados expresados en los textos escritos o en la experiencia vivida, mientras que la psicoterapia se ocupa de la comprensión e interpretación de las experiencias vitales de las personas expresadas en sus narraciones. Esta comunidad de intereses debería apuntar a una estrecha conexión entre ambas; pero no es exactamente así, al menos hasta hace unas décadas. La razón de este matrimonio perdido reside en el desarrollo tanto de la psicología como de la psicoterapia como disciplinas naturalistas dentro de un discurso científico dominado por el positivismo y el racionalismo, y la consiguiente difusión de las terapias conductuales, cognitivo-conductuales y cognitivas. Los enfoques psicoanalíticos escaparon durante mucho tiempo a una filiación epistemológica debido a su tema distintivo -el inconsciente-, pero por esta misma razón fueron considerados no comprobables y no científicos por la psicología dominante.
Antes de la aparición de la corriente posmoderna, la crítica fenomenológica y hermenéutica-fenomenológica al enfoque naturalista cartesiano tuvo un lugar importante aunque minoritario en el desarrollo de la psicoterapia.
El abigarrado campo de los enfoques existencial-fenomenológicos de la psicoterapia ve al psiquiatra y filósofo Karl Jaspers como su reconocido fundador. Su Psicopatología General (1997/1913), basada principalmente en la comprensión empática de las cosmovisiones personales de los pacientes y la posterior búsqueda de principios generales que trasciendan el caso individual, representa una alternativa a la psiquiatría tradicional y su diagnóstico categórico.
Mientras que el enfoque de Jaspers sobre los trastornos mentales puede considerarse como un método de investigación capaz de conducir a una generalización y clasificación más precisas, el daseinsanálisis de Ludwig Binswanger (1963) y Medard Boss (1963), la logoterapia de Viktor E. Frankl (1959/1946) y el método estructural-fenomenológico de Eugène Minkowski (1970) están diseñados más específicamente para producir efectos terapéuticos. Es significativo que Minkowski sea citado en la primera página de The Divided Self, el libro más famoso de Ronald Laing (1955), que aportó nuevas contribuciones al enfoque existencial-fenomenológico en psiquiatría. También la psicoterapia existencial (May et al., 1958) se basa en la aplicación directa de la filosofía de Heidegger a la comprensión de la psicopatología, y pretende favorecer la aceptación de las ansiedades existenciales normales que se derivan del afrontamiento de la vida.
El paso de los primeros enfoques existencial-fenomenológicos a los más recientes hermenéutico-fenomenológicos conlleva una delimitación más vaga del campo. La aplicación de los postulados básicos de la fenomenología hermenéutica a la práctica psicoterapéutica presenta dos características principales: (1) No es identificable como una escuela específica con una adecuada cohesión interna, sino como la integración de algunos principios hermenéuticos en varias psicoterapias ya formalizadas, de maneras que dependen de los supuestos básicos de cada una; (2) En parte como consecuencia, si la interpretación, la comprensión, el significado, la intersubjetividad y la narrativa son los principios fundamentales de la especulación hermenéutica contemporánea, su cercanía al pensamiento original de los fenomenólogos hermenéuticos puede variar significativamente.
Es el caso de muchas perspectivas psicoanalíticas, en particular las propuestas de Schafer y Spence, a las que se atribuye haber abierto el giro hermenéutico y narrativo en el psicoanálisis. Roy Schafer (1980) y Donald Spence (1982), en la misma época pero por separado, ofrecieron perspectivas interpretativas en el psicoanálisis acoplando la tradición narrativa con el modelo freudiano. Las personas cuentan historias sobre sí mismas y sobre los demás, y éstas se prestan a diversas comprensiones, cada una de las cuales puede pretender legítimamente ser verdadera. Al hacer la interpretación, el analista vuelve a contar una y otra vez estas historias, acentuando ciertos rasgos y poniendo otros entre paréntesis. El producto final es una obra radicalmente nueva, de autoría conjunta. Sin embargo, ambos enfoques han sido criticados por no haber renunciado del todo a una teoría de la verdad basada en la correspondencia (Moore, 1999; Sass y Woolfolk, 1988).
Otra ruptura con el «mito de la mente aislada» cartesiano propugnado por Freud proviene de George E. Atwood y Robert D. Stolorow (1984) proponen un psicoanálisis intersubjetivo, hasta cierto punto conectado con la hermenéutica de Heidegger y el enfoque de Husserl sobre la empatía y la intersubjetividad. Las unidades básicas de análisis son estructuras de experiencia abiertas a una exploración dialógica con la contribución del mundo experiencial del terapeuta, dentro de una psicología contextual que reconoce el papel constitutivo de la relación en la realización de toda experiencia. Incluso su enfoque, sin embargo, se ha dicho que no está satisfactoriamente en línea con la tradición de pensamiento a la que pretende pertenecer.
La perspectiva denominada constructivismo dialéctico sugerida por Irwin Z. Hoffman (1998) atribuye tanto al paciente como al analista la responsabilidad de la coconstrucción de la realidad en el proceso analítico para promover una nueva experiencia. Hoffman considera los términos «constructivista» y «hermenéutico» como intercambiables, pero ni acepta el constructivismo radical de von Glasersfeld considerado como una especie de relativismo solipsista ni parece superar la dicotomía tradicional sujeto-objeto como hace la fenomenología hermenéutica.
Mucho más absorbido por la hermenéutica filosófica es el enfoque desarrollado por Donnel B. Stern (1997). Su redefinición del inconsciente en términos de experiencia no formulada se basa en gran medida en la visión de Gadamer de la interpretación como un proceso dialógico, pero también en la noción de Merleau-Ponty del lenguaje creativo, y la comprensión de Sartre del autoengaño como mauvaise foi (mala fe).
Aparte de los enfoques psicoanalíticos, la terapia Gestalt (Perls et al, 1951) es una forma de psicoterapia existencial-experiencial consolidada que enfatiza el método fenomenológico, el proceso dialógico, la elección personal y la responsabilidad, reconociendo sus principales influencias en la fenomenología y el existencialismo europeos.
Desde finales de los años 80 la aplicación de la teoría hermenéutica comenzó a extenderse a otros enfoques psicoterapéuticos (Messer et al, 1988).
La mezcla con la fenomenología hermenéutica se muestra particularmente bien emparejada y fértil con las perspectivas posmodernas aplicadas a la psicoterapia -a saber, la psicológica constructivista y la social construccionista- debido a las similitudes antes descritas.
Particularmente en lo que respecta a la teoría de la enfermedad, tanto el enfoque hermenéutico como el constructivista/construccionista comparten una postura antimédica. Los síntomas de la perturbación mental no se consideran expresiones de una enfermedad física, sino, en términos genéricos, expresiones del intento de la persona de conservar una adaptación con el entorno social: revelan principalmente cuestiones ontológicas -es decir, relacionadas con el «ser»-. Forman parte de narrativas personales que reflejan formas de vida, maneras de vivir, aunque puedan implicar sufrimiento. Además de su objeción a los métodos físicos de tratamiento, tanto la fenomenología como el constructivismo/construccionismo rechazan las psicoterapias racionalistas destinadas a corregir falsas percepciones o creencias. En realidad, la visión del conocimiento que ambos comparten implica que no hay forma de acceder a una realidad última, sino que sólo hay interpretaciones personales abiertas a alternativas de significado. Estas interpretaciones no pueden ser «correctas» o «erróneas», ya que no se basan en leyes o verdades externas y objetivas que se hayan determinado universalmente. Esto se traduce en la actitud de aceptación por parte del terapeuta de las visiones del mundo y de sí mismos de los clientes, así como en el esfuerzo de comprenderlos empáticamente, como base común para favorecer un proceso y una relación terapéutica en formas que pueden diferir según los distintos enfoques teóricos.
Un aprendizaje hermenéutico gadameriano está clara y explícitamente presente en el paradigma construccionista social aplicado a la terapia familiar. Según Anderson y Goolishan (1992), los seres humanos son sistemas generadores de lenguaje y de significado, y el propio sistema terapéutico es de naturaleza lingüística. Partiendo de una posición de «no saber» -una actitud que expresa la necesidad de saber más sobre lo que se ha dicho en lugar de transmitir opiniones y expectativas preconcebidas sobre el cliente, el problema o lo que debe cambiarse-, el terapeuta se convierte en parte de un sistema lingüístico y de una conversación terapéutica en la que el terapeuta y la familia exploran juntos el problema familiar a través del diálogo, dirigido a su disolución y a aumentar el potencial para el desarrollo narrativo de una nueva agencia y libertad personal.
El enfoque constructivista de la psicoterapia derivado de la teoría del constructo personal de Kelly (1955), precursor de las psicoterapias constructivistas contemporáneas, está teniendo en los últimos años un desarrollo hermenéutico narrativo (Chiari y Nuzzo, 2010) a través de una comparación con la conversación hermenéutica de Gadamer y la hermenéutica del yo narrativo y el reconocimiento de Ricoeur. Aunque Kelly rechazó explícitamente una comparación con la fenomenología, su teoría muestra muchos puntos en común con sus principios básicos que los análisis recientes están revelando y enfatizando.
A medida que los enfoques fenomenológicos posmodernistas-hermenéuticos en psicoterapia comenzaron a contrarrestar la supremacía de los naturalistas-positivistas, los métodos de investigación también mostraron un cambio significativo (Polkinghorne, 1983). La investigación cualitativa, antes confinada a la investigación antropológica y sociológica -o, en psicoterapia, a los estudios de caso de raros pioneros como Freud, Maslow y Rogers- reclamó su justificación dentro de una investigación científica dominada por los métodos de investigación cuantitativos y las correlaciones estadísticas, que habían producido resultados con limitada relevancia para el análisis del proceso y la relación terapéuticos. También en este caso, aunque la investigación cualitativa dirigida a la interpretación del material textual, las narraciones habladas, las conversaciones terapéuticas o los procesos de cambio se profesa hermenéutica o interpretativa, rara vez obedece adecuadamente a las reglas de la hermenéutica filosófica. De todos modos, representa al menos una tercera vía de indagación entre el enfoque científico natural y el genuinamente hermenéutico en el complejo campo de la investigación psicoterapéutica.