En 1888, los directivos del fútbol universitario votaron para permitir las entradas por debajo de la cintura. En poco tiempo, se exigió a los jugadores el uso de almohadillas protectoras. Sin embargo, los cascos se consideraban opcionales.
Uno de los primeros cascos conocidos diseñados específicamente para el juego fue fabricado por un zapatero de Maryland para un guardiamarina de la Academia Naval llamado Joseph Reeves, a quien un médico le dijo que tenía que dejar el fútbol o arriesgarse a morir de otra patada en la cabeza. Decidido a jugar en el partido entre el Ejército y la Marina de 1893, Reeves consultó al zapatero para que le creara un dispositivo de protección para la cabeza.
En aquellos primeros tiempos, el casco de fútbol tenía el mismo aspecto que una de las primeras gorras de aviador: un casquete con forma de huevo hecho de cuero suave, con orejeras y un ligero acolchado en el interior. Apenas un casco, se conocía como «arnés de cabeza». Pero en 1915, se añadieron más acolchados y solapas, junto con agujeros para las orejas para que los atletas pudieran escuchar las jugadas.
Un paso hacia la producción en masa
En 1917, los cascos eran producidos en masa por fabricantes como Rawlings y Spalding. La última innovación fue la «suspensión», es decir, la construcción de una «cuna» con tiras de tela que mantenía el cráneo a una pequeña distancia de la carcasa exterior, absorbiendo mejor el impacto y permitiendo la ventilación.
No fue hasta la década de 1930 que se empezaron a incorporar máscaras faciales, gracias al propietario de una tienda de artículos deportivos en Indiana que fijó una máscara de alambre cubierta de goma a la parte delantera de un casco.
Un fabricante de Chicago creó el primer casco de plástico en la década de 1940, e incluyó una correa para la barbilla en su nuevo diseño. La forma también se personalizó, pasando de la parte superior ligeramente plana original a una forma de lágrima, que permitía que el impacto de una colisión se deslizara hacia un lado u otro en lugar de recibir el golpe de frente.
Para esta época, los cascos se exigían en más escenarios. El último jugador de la NFL que jugó un partido sin casco fue Dick Plasman, de los Chicago Bears, en 1940. (Chicago ganó ese partido contra los Washington Redskins por la friolera de 73-0.)
En la década de 1950, ya nadie usaba cascos de cuero. En su lugar, los polímeros eran el material elegido. Además de exigir el uso de cascos a los jugadores profesionales, la NFL también recomendó el uso de máscaras faciales para los jugadores, e instituyó nuevas reglas que prohibían a los jugadores agarrar las máscaras faciales de los del equipo contrario.
La era moderna
Los años 70 y 80 trajeron más refinamiento y regulación al diseño de los cascos. En años aún más recientes, el casco estándar ha sido dotado de una visera (para proteger del resplandor del sol), sensores incorporados que registran los datos de los golpes que recibe un jugador (como la fuerza y la dirección del impacto) e incluso auriculares que permiten a los entrenadores dar indicaciones a los jugadores en pleno partido.
Quizás el desarrollo más importante de los últimos años, con el aumento de la importancia de las lesiones traumáticas en la cabeza sufridas por los jugadores de la NFL, es la amortiguación diseñada para proteger contra las conmociones cerebrales.
Más recientemente, los fabricantes han estado diseñando cascos específicamente con la prevención de las conmociones cerebrales en mente. En 2007, Schutt Sports anunció un diseño de última generación que incluye un protector facial que absorbe los impactos. El casco ya está siendo utilizado por la Academia de la Fuerza Aérea y Penn State.
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