¿Y si lo tienes todo mal: la idea de quién eres, tu identidad y cómo quieres que te vean? ¿Y si hay algo más en tu personalidad: otra dimensión tal vez, o incluso una sombra caliginosa, que alberga en ella las desagradables tendencias demoníacas de tu propio ser? Aunque esta idea pueda parecer extraña, su verdad es difícil de negar. En todos nosotros existe un misterioso reino inconsciente asentado en lo más profundo de nuestra personalidad. Es el arquetipo de la Sombra, el Id, o el lado oscuro. Desprovisto de la luz consciente, es en este lado tenebroso donde prosperan los aspectos primitivos, maliciosos, incluso creativos de nuestro ser que han sido reprimidos durante mucho tiempo por el Ego freudiano. Envuelta en la oscuridad, la Sombra permanece en gran medida oculta a la comprensión del Yo, haciéndonos vivir en el fingimiento y el engaño.
Propugnado por el muy renombrado psicoanalista suizo Carl Jung, el concepto de la Sombra opera sobre el Principio del Placer. Las ideas subyugadas, los instintos primitivos, los deseos, las pulsiones, las abyecciones, los miedos, todo queda englobado en este concepto, que además refleja los aspectos latentes, desconocidos y oscuros de la psique con los que el Ego consciente no logra resonar. La Sombra es de dos tipos: la personal y la colectiva. Mientras que la Sombra personal pertenece a la psique individual, la Sombra colectiva emana de la inconsciencia unida de los miembros de la sociedad, cuya proyección ha dado lugar al mayor de los males, en forma de prejuicios promovidos por la sociedad contra otras comunidades para ocultar sus propias debilidades.
Manteniéndose en profundidades insondables, la Sombra se desarrolla junto al Ego y la Persona. A medida que el niño se condiciona culturalmente para diferenciar entre lo bueno y lo malo, ciertos comportamientos y cualidades poseídos son evaluados por ellos como deplorables y, en última instancia, despreciados y rechazados. En todo el proceso de crecimiento, los seres humanos también tienden a enmascarar su identidad y ponerse una fachada para conseguir una mayor aceptación en la sociedad. Esto se conoce como Persona. Pero la Persona sólo oculta la Sombra, no elimina su potencia gestora para desatar lo peor del ser humano.
Es esencial que uno acepte la Sombra en lugar de buscar la validación en la Persona. Para un universo armonioso, se hace necesaria la mezcla de los dos aspectos del bien y el mal, el orden y el caos, el yin y el yang. Del mismo modo, para una personalidad equilibrada, uno necesita desenterrar los aspectos oscuros de su alma de las lúgubres supresiones del Ego e integrarlos con su lado consciente. Esto es extremadamente importante, por la misma razón de que cada vez que tu Ego reprime una parte de ti, tu Sombra se hace más densa, brotando en ella el potencial destructivo de eclipsar completamente tu luz consciente y arrojar sobre ti una oscura nube de penumbra para el resto de tu vida. Un truco conveniente es pensar como el antagonista o el villano de los libros o las películas, aprendiendo a trabajar con las personas que uno odia o con las que se siente irritado, e identificando las mentiras que pueden desentrañar para desafiar «el bien», tanto en la sociedad como en uno mismo.
El objetivo de explorar la propia Sombra no es sacar a relucir un Maquiavelo interior. Se trata de asegurarse de que uno se entiende de verdad a sí mismo y acepta que hay un lado muy horrible e indecible en su propia psique. Sin ese conocimiento y esa humildad, uno está destinado a seguir siendo un último hombre nietzscheano, temeroso de la vida y sus problemas, impulsado no por un sentido de verdadero propósito sino por instintos primarios. Sin embargo, al vencer a la Sombra y dirigir sus fuerzas destructivas por el camino correcto, uno puede alcanzar la verdadera paz interior y la capacidad de realizarse plenamente como El Superhombre, domesticando así al demonio interior para lograr la paz interior.