En lugar de ser un pobre bolsillo de tranquilidad atrapado por las turbulencias, el terror y las lluvias torrenciales, el ojo de un huracán es en realidad más bien el cerebro malvado de toda la operación.
La formación de un ojo -esa mancha circular y azulada en el centro de un vórtice que suele tener entre 20 y 40 millas (30-65 km) de diámetro- casi siempre indica que una tormenta tropical se está organizando y fortaleciendo. Por esta razón, los meteorólogos observan de cerca las tormentas en desarrollo en busca de signos de una. Pero, ¿por qué se forman?
Como ocurre con muchos sistemas meteorológicos complejos, los científicos no comprenden del todo el proceso. Según un recuento, se han propuesto cientos de teorías sobre el mecanismo exacto de su formación. Pero todas ellas intentan dar cuerpo a la misma idea general:
En una tormenta tropical, la convección hace que bandas de aire llenas de vapor empiecen a girar alrededor de un centro común. De repente, una banda de aire a cierta distancia radial empieza a girar con más fuerza que las demás; esto se convierte en la «pared del ojo», la región de vientos más fuertes que rodea el ojo de un huracán. Los vientos giratorios provocan corrientes ascendentes: aire que se desplaza desde la superficie del océano hacia la parte superior de la tormenta. La mayor parte de este aire fluye luego por encima de las nubes de la tormenta y desciende por el borde exterior, de vuelta al punto de partida. Esto establece un bucle de retroalimentación positiva, que impulsa el desarrollo de la tormenta.
Por razones desconocidas, no todo el aire que se eleva desde las corrientes ascendentes fluye sobre el borde exterior de la tormenta; una pequeña cantidad va en sentido contrario, hundiéndose por el centro de la tormenta. En un momento dado, el peso de este aire rebelde contrarresta la fuerza de las corrientes ascendentes en la región central. Entonces supera su fuerza, pero apenas: El aire comienza a descender lentamente en el centro de la tormenta, creando una zona sin lluvia. Se trata de un ojo recién formado.
En tierra, el centro del ojo es, con mucho, la parte más tranquila de la tormenta, con cielos mayormente despejados de nubes, viento y lluvia. Sobre el océano, sin embargo, es posiblemente la más peligrosa: en su interior, las olas de todas las direcciones chocan entre sí, creando olas monstruosas de hasta 40 metros de altura.
Aunque la calma pasajera pueda atraerle a salir de su casa o refugio, el Servicio Meteorológico Nacional recomienda encarecidamente que permanezca en el interior. La gente suele ser sorprendida por los violentos vientos del lado opuesto de la pared ocular.
Nadie lo entiende del todo, pero en lo que se refiere a los huracanes, es así: Primero un ojo, luego el mundo.
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